LA MENTIRA
La mentira es una palabra o signo por el que se da a entender algo distinto de lo que se piensa, con intención de engañar (cfr. S. Th., II-II q. 110).
Dos elementos integran la definición de mentira: la inadecuación entre lo pensado y lo exteriorizado, y la intención de engañar.
Nótese que la mentira no es la de falta de adecuación entre la palabra y lo real -eso es el error- sino entre la palabra y lo pensado por el mismo sujeto.
A. Principios morales sobre la mentira
1. El principio fundamental es que jamás es lícito mentir.
La razón de este principio es clara: la mentira es mala intrínsecamente, es decir, no es mala sólo porque est‚ prohibida (por ejemplo, comer carne en vigilia), sino por su misma naturaleza. De ahí que toda mentira, por pequeña que sea, quebranta el orden natural de las cosas querido por Dios.
La Sagrada Escritura la prohíbe terminantemente: “aléjate de toda mentira”(Ex. 23, 7);
Nuestro Señor Jesucristo llama al diablo “padre de la mentira” (Jn. 8, 44); el Magisterio de la Iglesia reprueba severamente a los que mienten por diversión, y a los que lo hacen por interés y utilidad (Catecismo Romano, III, cap. IX, n. 23).
2. La malicia de la mentira no consiste tanto en la falsedad de las palabras como en el desacuerdo entre las palabras –signo- y el pensamiento -lo significado.
Por eso, si digo lo que pienso, aunque esto sea objetivamente falso, digo un error o falsedad, pero no una mentira (p. ej., quien tuviera la convicción de que el mundo es plano, no mentiría al decirlo, sino que tan sólo afirmaría una falsedad).
En cambio, si digo lo que creo que es falso -aunque sea una cosa verdadera-, no digo una falsedad, sino una mentira (si alguien afirma que un billete de lotería está premiado con objeto de estafar, y resulta que sí estaba premiado, dijo una mentira: hubo inadecuación entre su pensamiento y su palabra).
3. Para que haya mentira no hace falta que los demás resulten efectivamente engañados por lo que decimos o hacemos. Hay mentira también cuando los demás se dan cuenta de que esa persona está diciendo lo contrario de lo que piensa.
Como ya dijimos, la mentira propiamente dicha es intrínsecamente mala y no se justifica bajo ningún pretexto; por eso no es lícito mentir ni siquiera para obtener bienes para terceros.
Esta conclusión, que puede parecer excesivamente rígida, ha de verse a la luz de lo que se dirá posteriormente sobre la legítima ocultación de la verdad.
4. La gravedad de la mentira ha de considerarse no sólo en sí misma, sino por los daños que puede causar.
La mentira puede destruir bienes considerables, como la amistad, la armonía conyugal o la confianza de los padres.
Además, ocasiona daños sobre la misma persona, pues si se miente, después, aunque el mentiroso diga la verdad, ya no se le cree.
Publicado por Jhoselyn Tuesta Caceres
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