En el acápite tocante al arte colonial en las clases de historia del Perú de la remota educación secundaria, solía mencionarse brevemente una escultura denominada "El arquero de la Muerte" de un tal Baltazar Gavilán, escultura en madera que reposaba en la Iglesia San Agustín de Lima y ahí quedaba la cosa en el cursillo -a no ser que hubiese una malísima reproducción fotográfica, por añadidura, adornando el discreto texto al uso-. Hoy queremos explayarnos en el recuerdo de aquel añejo acápite.
(Estas excelentes fotografías de "El Arquero de la Muerte" provienen de aquí)
Hojeando el breve libro de don Hermilio Valdizán, Locos de la Colonia (1), -que muy modestamente reimprimió el INC en 1988 pues la edición liminar es de 1919- hallamos que Baltazar Gavilán fue uno de esos "locos de la colonia" de los que nos reporta don Hermilio. Específicamente, a Gavilán lo ubica en el capítulo de las toxifrenias:
"El año de 1734, en la Ciudad de los Reyes, un galán deseoso de vengar los desdenes de una guapa moza llamada Mariquita Martínez, pasando al lado de ésta cortó con unas tijeras que llevaba preparadas una de las hermosas trenzas que eran el encantador marco de una cara tentadora. Huyendo del castigo que su delito merecía refugióse el galán en el convento de San Francisco, cuyo guardián era su padrino y estúvose en la santa casa esperando le perdonaran la autoridad y el tiempo, que es también autoridad y sabe también perdonar."
"Era don Baltazar Gavilán el mutilador y había gastado una pequeña fortuna, procurando agradar a la esquiva Mariquita y sin conseguir de ésta el más ligero favor que demostrarle pudiera correspondencia a sus amorosas ansias. (...) No se sabe si fueron penas de amor o qué penas fueron las que llevaron a Gavilán a beber con desenfreno y contra toda prudencia; pero sí se sabe que era sin fatiga cuando de beber se trataba y que hizo sus mejores esculturas en completo estado de embriaguez."
Don Hermilio Valdizán sigue a Ricardo Palma que en sus tradiciones "La trenza de sus cabellos" -situada entre los años 1734 y 1738- y "De cómo una escultura dio la muerte al escultor" -situada en 1753- abunda en detalles referidos a la vida y muerte de Baltazar Gavilán -Palma escribe específicamente Baltasar-. Aquí nos permitimos citar a don Ricardo (2):
"Los padres agustinos sacaban, hasta poco después de 1824, la célebre procesión de Jueves Santo que concluía, pasada la medianoche, con no poco barullo, alharaca de viejas y escapatoria de muchachas. Más de veinte eran las andas que componían la procesión y en la primera de ellas iba una perfecta imagen de la muerte con su guadaña y demás menesteres, obra soberbia del artista Baltasar Gavilán."
"El día en que Gavilán dio la última mano al esqueleto fueron a su taller los religiosos y muchos personajes del país, mereciendo entusiasta y unánime aprobación el buen desempeño del trabajo. El artista alcanzaba un nuevo triunfo."
(...)
"Para celebrar el buen término de la obra que le encomendaron los agustinos, fuese Baltasar con sus amigos a la casa de bochas y se tomó una turca soberana. Agarrándose de las paredes pudo, a las diez de la noche, volver a su taller, cogió pedernal, eslabón y pajuela y, encendiendo una vela de sebo, se arrojó vestido sobre la cama."
"A medianoche despertó. La mortecina luz despedía un extraño reflejo sobre el esqueleto colocado a los pies del lecho. La guadaña de la Parca parecía levantada sobre Baltasar.
"Espantado, y bajo la influencia embrutecedora del alcohol, desconoció la obra de sus manos. Dio horribles gritos, y acudiendo los vecinos, comprendieron por la incoherencia de sus palabras, la alucinación de que era víctima."
Hasta aquí el relato de Palma. Cabe anotar que la talladura obra de Gavilán, como añadidura a los hórridos, grotescos rasgos que la exornan, mide la friolera de casi 2 metros de alto. Valdizán analiza el caso del infortunado Gavilán, con los dispersos datos disponibles, y emite su autorizado comentario psiquiátrico (1):
"Nada de sorprender en sujetos de los hábitos desordenados del pintor, aquellas ilusiones terroríficas a que debe referirse su visión de la muerte amenazadora. Muchas ilusiones semejantes y no pocas alucinaciones debió sufrir durante su vida sujeto que tan inmoderadamente bebía; (...) Dícennos que "murió loco" y que murió el mismo día siguiente a aquella noche en la cual sufriera el espanto de su ilusión terrorífica. Es posible que el desventurado Gavilán continuara en la agitación en que le puso la visión de la muerte amenazadora; es posible que las palabras de los vecinos, sus discursos y sus lamentaciones, contribuyeran a aumentar la dicha agitación, lejos de dominarla; es posible que nadie pensara en sustraer a Gavilán a la acción excitante del medio en el cual había tenido lugar la ilusión. Y es posible que, por todos estos motivos, aquella agitación prolongada terminara en una hemorragia cerebral que no debe sorprendernos a quienes sepamos del abuso de bebidas alcohólicas que hacía el escultor. Ahora, es posible que se trate de una de esas crisis de agitación motora intensa que suelen presentarse en el llamado delirium tremens y que haya sido por esta intoxicación alcohólica aguda y no por otro motivo la desdichada muerte de Gavilán." (1)
Al margen de que Valdizán hable simultáneamente de intoxicación alcohólica aguda y además de delirium tremens -él pone en duda la fecha misma de muerte y por lo tanto la de último consumo-, no es necesario ni imaginar qué otros remedios y auxilios podrían habérsele propinado al infortunado Baltazar en el estado de agitación psicomotriz en que se hallaba -ocioso sería redundar sobre las amarras, sujeciones, restricción de líquidos y otros "tratamientos" de los que probablemente habrá sido víctima-: el hecho es que Baltazar Gavilán falleció víctima de una especie de delirium agitado, hiperactivo, pletórico de riesgo incluso para los protocolos actuales. (3)